EL CASO LAIA
La primera vez que se notó un bulto en el pecho, el corazón le dio un vuelco. Sintió una molestia cuando lo presionaba. “Debe ser que me lastimé al hacer ejercicio”, se dijo a sí misma. A sus 31 años a Laia no le pasó por la cabeza que pudiera tener los síntomas de alguna enfermedad.
Era mayo de 2010 y la vida le sonreía, sin embargo todo empezó a truncarse a gran velocidad. Se percató de que el bulto seguía en su pecho, incluso era más grande y le empezaba a doler. Laia intuyó que algo no andaba bien. Esto fue en la India. Al volver a Barcelona donde vivía fue al médico; la examinaron e hicieron una mamografía. Su temor se confirmó: tenía un tumor del tamaño de una bola de ping pong y otros más pequeños en su seno izquierdo. Los médicos debían comenzar el tratamiento de inmediato.
“No me enfrento a la muerte, sino a una enfermedad y la voy a vencer. Me curare”, decía Laia.
Laia vivió meses de quimioterapia, la operaron para extirparle el pecho. Luego llegó la radioterapia. Casi dos años después de comenzar el tratamiento, fue dada de alta. Estaba en teoría libre de la enfermedad, aunque debía seguir tomando medicación en pastillas. Sin embargo la alegría duró poco. Un mes más tarde le salió un sarpullido encima de la cicatriz de la operación. Aquello crecía y dolía. Una biopsia confirmo que eran células cancerígenas. Volvió la radioterapia. Pocos meses después hallaron nuevos bultos en el otro seno. Y le encontraron más tumores en el pulmón y también en el cerebro. Su cáncer genero metástasis.
Ni Laia ni su familia sabían que ese era el tipo de cáncer que ella tenía. Tal vez no quisieron saber o no les informaron. Lo cierto es que los tratamientos no funcionaban y el tumor cerebral avanzaba a pasos agigantados.
En apenas tres meses perdió peso y se le empezaron a olvidar las palabras. No era capaz de servirse un vaso de agua ni de atarse los zapatos. Perdía el equilibrio. El declive era fulminante.
El tumor del cerebro fue el que, al final, deterioró más su cuerpo. El cáncer que padecía era de origen metastásico, generado por células cancerosas que se habían escapado del pecho enfermo y consiguieron anidar en su cerebro.
Hay otras personas a las que es justo en el cerebro donde les aparece el cáncer por primera vez.
Cuando el cáncer de mama que padecía Laia comenzó a extenderse por su cuerpo, sus familiares y su oncóloga buscaron alternativas, ya que Laia era resistente a casi todos los tratamientos. Intentaron inscribirla en un ensayo clínico, pero no fue posible. Para participar en estas pruebas se necesita que el paciente este con sus plenas capacidades mentales. Y Laia apenas podía hablar. Quién sabe si de haber entrado antes en el ensayo, en su caso ese tratamiento experimental hubiera funcionado.
A quien si le funcionó fue a Emily Whitehead. Con cinco años le diagnosticaron una leucemia aguda, el cáncer más frecuente en los niños. La leucemia que ella padecía era intratable y sus opciones de vida, muy pocas. Sus padres la inscribieron en un programa experimental que usaba el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Los oncólogos del Hospital de Niños de Filadelfia (CHOP) extrajeron millones de linfocitos T de la niña, mediante virus derivados y desactivados del VIH, introdujeron una modificación genética en estas células defensoras para que pudieran identificar y atacar a las tumorales. La niña se convirtió en la primera paciente pediátrica en recibir células T modificadas genéticamente para luchar contra la leucemia. Y ya lleva dos años sin la enfermedad.
“La niña respondió a la terapia con células T. Estudiamos su médula espinal para ver si existía la posibilidad de que la enfermedad hubiera regresado tres meses después y luego al cabo de medio año. Y nada. Las células T luchadoras contra el cáncer siguen en su cuerpo, funcionando”, explica Stephan Grupp, oncólogo del CHOP.
No es la única forma de usar virus. Hay oncólogos que emplean adenovirus desactivados, que en la naturaleza causan resfriado y conjuntivitis, y los modifican genéticamente para convertirlos en oncovirus que sólo atacan a las células tumorales. Por el momento, no es un tratamiento, sino una estrategia prometedora que no funciona igual en todos los pacientes.
Estos oncovirus se inyectan directamente en el tumor para que se repliquen dentro de él con el propósito de que el sistema inmune los detecte y comience a actuar contra ellos y el tumor. Se han realizado algunos ensayos clínicos, con una respuesta favorable de entre 10 y 20% de los enfermos, una cantidad que aunque pueda parecer baja es esperanzadora, puesto que se trata de tumores con muy mal pronóstico.
En febrero de 2014, los oncólogos del Hospital del Mar, en Barcelona, donde Laia se atendía, decidieron retirar la medicación. Ya no podía hablar, todo el alimento se le tenía que dar en papilla, no se mantenía en pie.
El 1 de marzo murió después de cuatro años de lucha. No había cumplido los 36. Tal vez, si hubiera conseguido vivir un año más, otra seria la historia, porque los avances en ciencia y sobre todo en oncología tienen lugar a un ritmo vertiginoso.
Instituto de Cancerología y Medicina Avanzada
Atención Telefónica: Lunes a Domingo de 10:00 a 17:00 hrs.67120192